Pisé el cigarrillo con miedo, como si hubiera apagado el último respiro de aquella relación tan especial. Curiosamente en ese preciso instante mirando las cenizas extinguirse en la acera impecable: lo vi, lo vi impreso, lo vi en formato de texto, en ese momento no pude ver más poemas de amor ni conchitas de mar, lo recuerdo nítidamente, lo sentí de golpe, inconscientemente. Tengan por seguro que es por eso que lo escribo ahora mismo, por eso lo estoy tecleando, ese día iba a ser muy recordado, ese cigarrillo, esas cenizas, el color muerto del concreto manchado por fuego y alquitrán, ese veintiocho de Diciembre. El impacto que ejerció la ruptura definitiva con Romina, dio a luz esta narración corta. Pero nunca habría de imaginar en esos segundos que sería tan fugaz, como la sinapsis que me ayudo a vislumbrar su existencia misma.
Este cuento duró aproximadamente cuatro minutos y cuarenta segundos. Fueron cientos de segundos inagotables.
Apagué el pucho, una voz entrecortada y aguda dijo una vez más cuídate, ya sin abracitos formales ni nada, vi su espalda esbelta caminando unos pasos hacia la pista y yo ya estaba subido en la moto, un minuto, casco puesto, llave puesta, apreté el botón de encendido, giré la mano, aceleré, la idea de este cuento se mantenía fornida, dos minutos, pienso, Alfredo, que tal manera de terminar el año, entro en la Aramburú y la veo caminar muy elegante ella, quise saludarla con la mano, pero no, seguí de largo, aceleré con fuerza y avance por lo menos cinco cuadras, tres minutos, semáforo en rojo, mano izquierda puesta en el embrague presionado, pensé en su olor, en el viaje frustrado, en mi sicoterapeuta, en mi madre, en mi abuela y la navidad negra que acaba de pasar, y miraba el semáforo fijamente y seguía pensando pero si nos besamos en Jesús María el mismo 25, no lo podía creer, pero mientras más cuadras me alejaba, y los segundos avanzaban, este cuento habría de sufrir un giro inesperado, cuatro minutos, luz verde, aceleré con furia, pero no al máximo, era casi verano y se sentía un aire fresco por todo San Isidro, casi llegando al cruce de con la vía expresa, sentí una vibración extraña en alguna parte de mi cuerpo, cuatro minutos diez segundos, frené lentamente, hasta identificar plenamente mi teléfono móvil sonando, cuatro minutos veinte segundos, me cuadre al lado derecho de la pista, no llegue a poner en neutro el motor, por la premura simplemente deje que la moto se ahogara al soltar el embrague, cuatro minutos 35 segundos, pensaba que era mi hermana, porque había quedado en llamarme a determinada hora, para hacer ciertas compras post navideñas y previos a fin de año, cuatro minutos treinta y nueve segundos, estaba tan seguro que era mi hermana que ni siquiera iba a revisar el remitente, en ese segundo transcurrido vi de reojo el nombre de Romina en la pantalla de mi Nokia, se desmoronó, toda esta historia, pero a la vez, sentí que volvía a vivir, que todos esos segundos fueron como un preámbulo en una película de suspenso, y que el protagonista, osea yo, solamente estaba actuando, que llegaría a mi casa y podría sentirme tranquilo tras bambalinas a comentar de la escenas grabadas.
Le respondí de la manera más amable posible y descubrí en su voz ternura, me dijo que regresara al punto donde nos habíamos separado, 10 cuadras me separaban de ella, 10 cuadras más habría de durar este cuento.
Nos encontramos en la estación de buses, siendo ambos personas organizadas, casi obsesivas, habíamos planeado un viaje al norte del Perú para pasar el año nuevo juntos, pero nadie pensó en los posibles problemas de ruptura, entonces, teníamos dos pasajes comprados, asientos juntos y todo listo, pero nos habíamos peleado unos cuantos días antes de la partida. La última reunión sucedió en el Starbucks de Aramburú que coincidentemente distaba una dos cuadras del la estación de bus, entonces, luego de terminar y despedirnos, íbamos a pasar a cambiar los boletos, retrocediendo hasta la primera imagen, la del cigarro en el piso, segundos antes de eso, me dijo que ella sola solucionaría lo del cambio de pasaje, es decir cada quien por su lado lo haría, pero en esos 4 minutos, le entro la duda, y me hizo regresar a la segunda locación de esta historia: la estación de buses.
Baje de la moto apurado y emocionado, porque sabía que la duda me convenía, nos convenía, la llamé para preguntarle donde estaba específicamente y me dijo en el segundo piso, subí los escalones como si fueran montañas, sabía que su cara me lo diría todo, pero no quería ilusionarme por gusto, pero no pude evitarlo, apenas la vi sentada en esos asientos prefabricados e impersonales, me dio tanta nostalgia, no del pasado sino nostalgia de lo que nos faltaba por vivir, no solamente del viaje de fin de año, sino en general, de ese futuro espiralado y tibio que ni la cuántica ni mil shamanes habrían de vislumbrar jamás.
efe---18ENE2011_inédito
lunes, 2 de abril de 2012
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Emocionante cuento amigo escritor, me lo leí en voz alta, el aliento saltando entre comas como el motor que se acopla a nuevo engranaje, como Lima te jala y paraliza de una cuadra a otra.
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